El espiritu de las artes marciales.

 

El Espíritu de las Artes Marciales

Por: Boris Alberto Toscano

 

La palabra Bu, de Budô, se escribe con el ideograma chino que significa detener, metido dentro de otro formado por dos alabardas cruzadas y su significado real viene a ser detener el conflicto.

– Gichin Funakoshi
Fundador del Karate-do moderno

 

El Budô ha de llevarnos al contacto espiritual.

– Hironori Ôtsuka, Fundador de Wadô Ryû Karate –

 


El concepto tradicional de artes marciales hace referencia a todo sistema codificado de técnicas aplicado como medio de defensa personal y de formación militar, pudiendo incluir o no la lucha con armas (exceptuando las armas de fuego u otro armamento moderno). Generalmente asociadas a las culturas orientales (siendo las más populares las originadas en Japón y China), su surgimiento se estima en un período cercano a los 1600 años de antigüedad (alrededor del 400 d.c.), aunque también en Occidente, la América precolombina y el África se han desarrollado métodos de combate de este tipo. Algunos de esos estilos han evolucionado en la actualidad en variantes que pueden ser practicadas como deporte en competencias y exhibiciones, o por diferen­tes razones que incluyen la salud, la protección personal, el desarrollo individual y social, la disciplina mental, la forja del carácter y el desarrollo de la autoconfianza. Otras disciplinas relacionadas, sin propósitos de ataque o defensa, son a veces consideradas tam­bién artes marciales, como algunas danzas folclóricas, gimnasias artísticas, ritos religiosos, juegos de entretenimiento y técnicas de meditación, concentración y relajación. Muchas de ellas incor­poran al entrenamiento facetas del conocimiento médico ancestral, ya que conocer el funciona­miento del propio cuerpo y el del adversario puede ofrecer ventajas en el combate.

La diferencia entre las artes marciales y la pelea callejera reside en la organización de las técnicas en un sistema coherente y codificado de métodos efectivos de enseñanza. Habitualmente, el entre­namiento se basa en una serie sistemática y estructurada de rutinas, o formas (, kata), memori­zadas como un repertorio de movimientos básicos de defensa y ataque con diversas partes del cuerpo (puños, manos abiertas, codos, rodillas, pies, dedos, etc.) que son utilizados en dependencia de la situación, condiciones objetivas y subjetivas y posibilidades del practicante.

Muchas personas conciben las artes marciales como una simple sucesión de golpes y patadas cuyo único propósito es destruir al objetivo al cual van dirigidos, o demostrar que el conocimiento de esas técnicas otorga a la persona superioridad física sobre sus posibles oponentes. Sin menoscabar su propósito de entretenimiento, ni su contenido artístico, el cine las muestra como la exaltación de la superioridad de aquel que domina ese tipo de técnicas, representándolas siempre como un vehículo de la violencia, sin otra esencia que su empleo para atacar y vencer, sin im­portar el oponente ni su nivel de destreza, y casi siempre guiadas por un deseo de venganza o reconocimiento, o simplemente porque se cuentan entre las habilidades de combate de los per­sonajes, sin distinción de estilos. Si alguna vez aparece un componente filosófico, manifestado por un supuesto “maestro” o “experto” en el arte, no refleja sino un concepto vacío, empleado para enfocar al pupilo en el entrenamiento y convertirlo en una máquina letal (esto se aplica especialmente a las producciones fílmicas de factura occidental, aunque recientemente han apa­recido también producciones orientales sujetas a este patrón). En realidad, muchas son las razones que motivan a una persona a aprender Artes Marciales, pero muy pocas de ellas persisten una vez que se descubre qué es el verdadero Budô. A través de la experiencia de muchos años de estu­dio de las Artes Marciales bajo la guía de maestros experimentados y de las obras de eruditos versados en el tema, principalmente de tradiciones que no han variado en cientos de años, se aprende que solo practicando de manera constante, sincera y esforzada se llega a reconocer y aprehender el verdadero espíritu de las Artes Marciales.

Las artes marciales japonesas se conocen con el término genérico de Budô (武道), la Vìa marcial. Más allá de su contenido bélico, poseen un halo que representa el espíritu de lo inmaterial, del sentimiento, del afecto, de la improvisación y de la creatividad. Incluyen todo lo concerniente a la moral, la disciplina y la forma estética. También se concentran en la justicia y la ética, pues se basan en las Cinco Virtudes Constantes confucianas: benevolencia [, jin], rectitud [, gi], cor­tesía [, rei], sabiduría [, chi] y confianza [, shin][1]. Pero no solo se preocupan por la ética, pues si esta no marcha a la par de las técnicas, entonces el desarrollo de la mente, aunque existe, no constituye la verdadera vía [, do], que inexorablemente debe ser una “vía de la mente” con- sumada a través de la “vía del cuerpo”. Y a la inversa, si se enfatiza solo en la técnica y detrás de esta no hay una persona íntegra, invariablemente provocará el caos.


El Budô ratifica y, a la vez, niega la existencia de la lucha. Esto se explica al comprender que no hay un enemigo externo: solo el enemigo interno, el propio ego, debe ser “combatido” y “derrota­do”. Entonces, el Budô se convierte en una herra­mienta educativa de la ética, un michi [, vía o senda], solo posible de conquistarse a través de un profundo proceso de práctica constante y rigurosa que refleja el propósito fundamental, único, de todos los sistemas de Budô tradicio­nal: preparar al practicante para encarar todo tipo de acciones que podrían poner en riesgo dos principios básicos de las artes marciales: la paz espiritual y el control de la energía En su sen­tido tradicional no es, por tanto, un instrumento para aprender a luchar. La evolución personal se produce situándose uno mismo en la “Vía” y consagrándose a la idea de que deberá practicar cada día del resto de su vida. Es una búsqueda incesante, no una meta potencial.

El objetivo espiritual de las artes marciales es fortalecer la intuición del practicante y otorgarle sabiduría con el fin de fortalecer su espíritu que, en perfecta armonía con el cuerpo, se beneficia con la experiencia de la práctica y, a su vez, enriquece al espíritu del arte marcial, que se regenera y adquiere mayor preponderancia con sus sentimientos positivos. Todo artista marcial debe potenciar ese espíritu en su interior, en su arte y en sus actos, que no son sino un reflejo de su carácter personal; por eso se considera que cuando un artista marcial consigue vencerse a sí mismo, ha vencido al peor de sus enemigos. En esta lucha que se libra rigurosamente con el ser interior, se alcanza un estado de paz mental desde el cual llega la calma, fuente de la iluminación [悟り, satori], propósito superior del entrenamiento. Es entonces cuando el espíritu del artista marcial se refleja, no en su fuerza física ni en su destreza técnica, sino en el poder de su mente y en su grandeza de corazón y sacrificio personificados en sus sentimientos, el verdadero espíritu intangible de su arte: respeto a la naturaleza y sus principios, el abandono de los pensamientos de victoria, derrota, fortaleza y debilidad y la sensibilidad hacia todo lo que lo rodea.

De igual modo, el valor del artista marcial se define por sus actos. En el Budô se aprende que vencer a un oponente más débil (desde el punto de vista de que logramos vencerlo) solo sirve a la exaltación de nuestro ego y el engrandecimiento de nuestro orgullo lo que, a su vez, nos con- vierte en débiles e inmaduros.

 

El espíritu de las artes marciales y la práctica del Iaidô.

Se puede ilustrar lo anteriormente dicho con el ejemplo del Iaidô [居合], disciplina física y mental del más alto nivel y quizás la más filosófica de las artes marciales tradicionales japonesas, definida también como “Zen de las Artes Marciales[武道の禅, budô no zen], expresión material de la acción decidida a partir de la calma, y de la calma absoluta durante y después de dicha acción.

El Iaidô es la vía de la unidad consigo mismo, sin dualidad ni oposición íntima; de la existencia en armonía. Antes que controlar y cortar al adversario, busca dominar el ego, hacer posible la victoria o la solución del conflicto sin desenvainar. El enemigo que se visualiza en sus katas es el propio ego, el factor individual que impide ejercitar la concentración, el autodominio, la disponibi­lidad constante e inmediata de cuerpo y espíritu para adaptarse inmediatamente a cualquier cir­cunstancia de lugar, espacio y tiempo y responder al inesperado estímulo externo de la mejor mane­ra posible. Sus fundamentos físicos y espirituales se remontan a la época en que algunos guerreros buscaban la manera de emplear la espada no como instrumento para arrebatar vidas [殺人の剣, satsujin no ken], sino como uno para preservarlas [勝人の剣, katsujin no ken], exhortando a que el arte del desenvaine de la espada se perfeccionase y utilizase en una manera notoriamente diferente a los rígidos métodos bélicos. Aunque en la práctica del Iaidô es importante la velocidad de reacción, adquiere mayor magnitud el acopio de las facultades mentales en aras de mantener la serenidad, la intuición para anteponerse a la acción atacante del adversario, el juicio, la calma y, en general, la exactitud en el razonamiento mediante el manejo de la espada tradicional japonesa
[
日本刀 ó , nihonto o katana].

La evolución espiritual del Iaidô (y puede decirse que del Budô en general) se revela en una sola frase: "la victoria reside en la funda de la espada [鞘の内で勝つ, saya no uchi de katsu]”, que implica que la intención real es enfatizar la obtención de la victoria sin desenfundar el arma. Esto puede resultar inconsistente con la razón por la cual un practicante aprende técnicas marciales, pero está en concordancia con el ideal del verdadero Arte Marcial: ser una disciplina comprometida con el crecimiento espiritual del individuo, que a través de sus técnicas busca perfeccionar su espíritu y convertirse en una mejor persona, que promueve la paz y los buenos sentimientos en su quehacer diario, más allá del espacio del dojo.

Es muy difícil para la persona promedio comprender y apreciar que la verdadera naturaleza de las Artes Marciales está diametralmente opuesta a la aplicación combativa. La paradoja aparente del practicante que, como resultado de su habilidad marcial, adquiere la capacidad de matar, pero no lo hace, se acentúa cuando se conoce que carece de cualquier intención agresiva consciente y se adiestra solo para controlar su propio ego, o para llevarse a sí mismo más allá de sus propios límites físicos o mentales [己を攻める, onore o semeru].



Sekiguchi Kômei, Sôke de Musô Jikiden Eishin Ryû Iaijutsu
Yamauchi-Ha

El verdadero espíritu de las artes mar­ciales permite al practicante contrastar el concepto de “vida” con el de “vivir una vida digna”. Lejos de toda violencia, no es el culto a la personalidad, ni a la gloria momentánea, sino todo lo contra­rio: compasión o gentileza [情け, nasake] es la primera virtud de las artes marciales y su primera y más importante contribu­ción a la sociedad. Son un sistema de forja del carácter cuyo objetivo puede ex­plicarse en los términos más sencillos posibles, según palabras del Maestro Sekiguchi Kômei, Sôke[2] de Musô Jikiden Eishin Ryû Iaijutsu Yamauchi-Ha: for–mar una persona espiritualmente armo­niosa, de gran intelecto, sensibilidad y voluntad resuelta, que contribuya al de­sarrollo de la sociedad en que vive.

La mejor forma de describir el proceso de evolución del espíritu en las artes marciales es esta frase del maestro Ichikawa Yasuhiro, Sôke de Daitô Ryû Aiki Bujutsu Rengôkai: “Es el paso constante del agua en el río lo que transforma la piedra áspera en guijarro pulido”.

 

Referencias

    Coquet, M. (1987). Iaidô, l´art de Trancher L´Ego. Grenoble: Editions L´Or du Temps.

    Coquet, M. (2007). La Recherche de la Voie: Musha shugyo. París: Editions Vega.

    Draeger, D. F. (1973). The Martial Arts And Ways Of Japan. Classical Bujutsu (Vol. 1). Boston: Weatherhill.

    Draeger, D. F., & Warner, G. (1982). Japanese Swordsmanship. Technique and Practice. New York: Weatherhill.

    Kapp, L., Yoshihara, Y., & Yoshihara, H. (1987). The Craft of the Japanese Sword. Tokyo: Kodansha International.

    Ratti, O., & Westbrook, A. (1989). Aikido and the Dynamic Sphere. Madrid: Alianza.

    Ratti, O., & Westbrook, A. (1994). Los Secretos del samurai, las artes marciales en el Japón feudal. Madrid: Alianza.

    Ríos, C. (1990). Ronin. La Vía del guerrero errante (3ra ed.). Barcelona: Ediciones Obelisco.

    Ríos, C. (1991). El espíritu de las artes marciales. Barcelona: Ediciones Obelisco.

    Skoss, D. (Ed.). (1977). Sword and Spirit. Classical Warrior Traditions of Japan. Berkeley: Koryu Books.

    Skoss, D. (Ed.). (1995). Koryu Bujutsu. Berkeley: Koryu Books.

    Turnbull, S. (2004). Samurai. The Story of Japan´s Noble Warriors. Londres: Collins and Brown.

    Ueshiba, M. (1992). Art of Peace. Boston, Massachusetts: Shambhala Publications.

    Ueshiba, M. (2008). The Secret teachings of Aikido. Tokyo: Kodansha International.

    Ueshiba, M., & Takahashi, H. (2008). Takemusu Aiki. Lille: Editions du Cénacle de France.

    Enseñanzas impartidas por Máximo Roy Fernández-Sensei en Bushin Dojo. La Habana; 2010.

    Seminarios impartidos por Sekiguchi Kômei-Sensei en La Habana; 2003-2014.

 

Este artículo se publicó originalmente en la revista electrónica “Observatorio Iberoamericano de la Economía y la Sociedad del Japón”: http://www.eumed.net/rev/japon/11/bat.htm

 



[1] Se incluyen también, y fundamentalmente, los siete preceptos básicos del Bushido [武士道], el Código del Guerre­ro: Coraje o Valor Heroico [, yu]; Cortesía [, rei]; Compasión [, jin]; Justicia [, gi]; Honor [名誉, meiyo]; Lealtad [, chuugi] y Sinceridad o Verdad [, makoto].

[2] Heredero, cabeza de familia. Título que se le otorga al Gran Maestro heredero de un estilo tradicional de Artes Marciales.

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